Los ángeles en el Antiguo Testamento

Los ángeles hacen ya su entrada triunfal en la historia de la humanidad desde los tiempos más remotos. En un pasado lejano, un grupo rebelde se enfrentó a Yavé. Los capitaneaba Luzbel o Lucifer, el ángel portador de la luz.

La batalla adquirió proporciones cósmicas, a juzgar por los relatos bíblicos que han llegado hasta nosotros, si bien desconocemos los motivos.

En todo caso, se ven confirmados por otro texto sagrado: el Mahabharata, poema épico de la antigua India, cuyo autor, Vyasa, habría vivido en el siglo III a. C., pero los hechos narrados por el gran sabio oriental podrían remontarse al comienzo del kali yuga, hacia el año 3120 antes de Cristo.

El Mahabharata hace alusión a la guerra entablada en los cielos entre los devas y los asuras, o lo que es lo mismo, entre el bien y el mal.

¿Cuál pudo ser la causa de la mencionada conflagración cósmica? Posiblemente nunca lo sabremos. En todo caso, especialistas en el tema hablan del control del sistema solar por parte de tan legendarios contendientes. He aquí una teoría concreta:

“Dos grandes entidades se habrían enfrentado entre sí, cada una con su propio programa para la evolución de la raza terrestre. Las altas autoridades galácticas habrían decidido habilitar un nuevo espacio experimental en un planeta inferior, situado en un extremo de la Vía Láctea”.

¿De quién hablamos? Por una parte, de Yavé, sus ángeles y sus siete arcángeles más próximos; y por otra, de Luzbel y sus lugartenientes, también ángeles y arcángeles de gran relieve.

Una vez surgido el conflicto, los cielos se convirtieron en un campo de batalla. Luzbel fue vencido y degradado, junto con sus seguidores, a la condición de demonios o entidades maléficas.

Yavé, el dios de los judíos, protagonista del Antiguo Testamento (ancient-origins.es).

LOS ÁNGELES EN EL GÉNESIS Y EN EL ÉXODO

Los ángeles, custodios del jardín de Edén (Gén 1-3)

El demonio, disfrazado de serpiente, hace caer en la tentación a nuestros primeros padres, Adán y Eva, que son expulsados del paraíso terrenal: “¡He aquí al hombre, que ha llegado a ser como uno de nosotros por el conocimiento del bien y del mal! ¡No vaya a tender su mano y tome del árbol de la vida y comiendo de él viva para siempre!” (Gén 3, 22).

Dios expulsa a la bíblica pareja del jardín de Edén para que trabajen la tierra, de la cual los ha formado, y coloca a las puertas a los querubines, con sus espadas flameantes para que no puedan regresar a su anterior hábitat.

 Evidentemente, se trata de un mero símbolo: estamos condenados a “ganarnos el sustento con el sudor de nuestra frente”. Vivimos del trabajo, cada vez más precario y más escaso, si bien dentro de una sociedad tecnológica, y nos hallamos sometidos a las enfermedades y la muerte, por nuestra condición humana.

La sociedad judía de la época era eminentemente agrícola. La tierra y el barro constituían ingredientes esenciales de la vida cotidiana. De ahí su inclusión en el mencionado relato y de ahí que Dios condene al hombre a laborar el suelo que pisa en condiciones muy duras y que éste le niegue en ocasiones el preciado fruto para subsistir.

La expulsión del paraíso, de M. Ángel, s. XVI, Capilla Sixtina (wikipedia.org).

La aparición de los tres seres celestes y la destrucción de Sodoma y Gomorra (Gén 18-19).

Estaba Abraham sentado a la entrada de su tienda, cuando vio a tres hombres delante de él. Corrió a su encuentro, se postró en tierra y los invitó a pasar dentro.

La hospitalidad de la época comportaba lavar sus pies, darles de comer y facilitarles descanso. Ellos aceptan y los agasaja con panecillos de harina recién amasada y con exquisita carne de ternera recién sacrificada.

Uno de los misteriosos visitantes le promete que dentro de un año su mujer será madre. Sara, curiosa, escucha detrás de la tienda la extraña noticia y se echa a reír, porque ya no tenía el período. Ambos esposos “eran viejos, muy entrados en años”.

Tras la comida, los tres seres celestes se dirigen a Sodoma, en compañía de Abraham. Y el Señor (uno de los visitantes) le informa de sus intenciones: “Las quejas contra Sodoma y Gomorra son muy grandes y su pecado, muy grave”.

Una vez comprobada la verdadera realidad, la decisión está tomada. Abraham intercede a favor de sus convecinos, considerando que habrá en ambas ciudades al menos cincuenta justos, pero no hallan ni siquiera diez.

Abraham y los tres ángeles, de James Tissot, s. XIX (artsdot.com).

El señor se va y los dos ángeles a sus órdenes llegan a Sodoma. Encuentran a Lot sentado a la puerta de la ciudad. Los ve y los invita a su casa, donde se hospedan, tras hacerse de rogar.

Pero los hombres del lugar se enteran de la noticia y ni cortos ni perezosos se dirigen en su búsqueda para abusar sexualmente de ellos. Lot cree poder aplacarlos entregándoles a sus dos hijas vírgenes, a cambio de no molestar a los ilustres visitantes, pero no cejan en su empeño. Intentan violentar la puerta y entrar por las buenas o las malas.

 Los dos “hombres” deciden intervenir y darles un duro escarmiento: los dejan ciegos. Piden a Lot que huya lejos de allí, junto con sus familiares, porque van a proceder a la destrucción de Sodoma.

Pero éstos entienden que está de broma y no le hacen caso. No piensan abandonar su terruño. Así que Lot, apremiado por sus protectores, toma a su mujer y a sus dos hijas y cumple la orden dada.

Cuando ya se hallaban fuera de la ciudad, uno de los ángeles le dijo: “Ponte a salvo. No mires hacia atrás ni te detengas en toda la vega. Huye a la montaña para que no perezcas”.

La mujer de Lot sintió curiosidad por ver lo que estaba sucediendo a su espalda y se volvió a mirar. La desobediencia le costó la vida. Quedó convertida en una estatua de sal.

Lot llegó a Soar al salir el sol y se refugió allí. Y entonces sucedió lo inevitable: “El Señor hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego desde el cielo”. Perecieron sus habitantes, los animales y toda clase de vegetación.

Sacrificio de Isaac (Gén 22, 1-19).

A nadie se le escapa la terrible frustración que debió sentir Abraham cuando Dios quiso probar su fe. Le llama y le dice: “Toma ahora a tu hijo, al que tanto amas, vete al país de Moria y ofrécemelo allí en holocausto en un monte que yo te indicaré”.

Con la muerte de Isaac hubieran desaparecido sus esperanzas de contar con un heredero legítimo. A su edad, ya había sido toda una proeza disponer de uno. Y ahora Yavé le pedía que lo sacrificase. Parecía una crueldad inaudita por parte de quien se lo había concedido milagrosamente.

Este hecho nos recuerda que en aquel tiempo los sacrificios humanos debían estar a la orden del día. Era un modo de atraerse el favor de los dioses, que parecían disfrutar de la sangre inocente. Curioso modo de tributarles culto.

Tan sanguinaria costumbre se hallaba generalizada no sólo en Oriente, sino también en los demás pueblos primitivos. En la Biblia encontramos casos no menos espeluznantes. Comentemos uno.

El juez Jefté hace una promesa a Yavé: si pone en sus manos a los amonitas, le sacrificará a la primera persona que le salga al encuentro cuando regrese a casa. Desgraciadamente, nunca sospechó que se adelantaría a recibirlo su propia hija, la única que tenía.

La Biblia describe así el dolor del padre ante su imprudente promesa: “Cuando la vio, rasgó sus vestiduras y gritó: ¡Ah, hija mía! ¡Infortunado de mí! Tú eres la causa de mi desgracia. He hecho una promesa al Señor y no puedo desdecirme”.

La hija lo anima a cumplir su juramento. Tan sólo le pide dos meses para ir con sus compañeras a llorar su virginidad por los montes. A su regreso, su padre la sacrifica a Yavé. Los judíos caían con frecuencia en la idolatría y seguían las costumbres paganas.

Muchos infelices, especialmente niños, fueron sacrificados al ídolo Moloc o Baal entre los fenicios y los cartagineses, tras ser arrojados al fuego ardiente que mantenían vivo los sacerdotes en el interior de la gigantesca estatua de bronce.

Durante la ceremonia ritual del sacrificio, estos matarifes hacían sonar tambores, trompetas y tímbalos con gran estruendo, de modo que no se oyesen los llantos de los niños.

Sacrificio de Isaac, de Alonso de Berruguete, s. XVI, Colegio de S. Gregorio de Valladolid.

Así pues, el bíblico patriarca se levanta de madrugada, dispuesto a cumplir las órdenes divinas. Le acompañan dos criados y su hijo, ignorante de que él mismo es la víctima propiciatoria.

Al llegar al lugar, ascienden al monte sin testigos: “Quedaos aquí con el asno, mientras el muchacho y yo subimos arriba para adorar a Dios”. Llevan consigo la leña, el fuego y el cuchillo.

Cuando alcanzan la cumbre, Abraham erige un altar, coloca en él la leña, ata a su hijo y se dispone a sacrificarlo. Y entonces interviene el ángel del Señor: “¡Abraham, Abraham! No hagas daño al muchacho. Ya veo que temes a Dios, porque no le has negado tu único hijo”.

Un carnero, enredado por los cuernos en un matorral cercano, pagó los platos rotos y fue sacrificado en lugar de Isaac. En este monte erigirá siglos más tarde Salomón su grandioso templo.

El ángel llama de nuevo al patriarca y le jura que su obediencia tendrá consecuencias muy positivas en el futuro: será colmado de bendiciones y se convertirá en el padre de un pueblo tan numeroso como las estrellas del cielo. Además, por él serán benditas todas las naciones.

Jacob también se relaciona con los ángeles (Gén 28, 10-20)

Cuando Jacob usurpa la primogenitura a su hermano Esaú, se gana su enemistad, y la tensión llega hasta tal punto, que se ve obligado a huir a casa de su tío Labán, donde conseguirá la mano de sus dos primas, Lía y Raquel, y abundantes riquezas, a cambio de catorce años de duro servicio.

Camino de Jarán, se detiene en cierto lugar para pasar la noche. Allí le sobreviene un sueño extraño: ve una escalera que desciende del cielo hasta la Tierra y por ella suben y bajan los ángeles. Arriba se halla el Señor, que se presenta como el Dios de Abraham e Isaac.

Lo confirma como el verdadero sucesor de su padre y su abuelo, frente a Esaú, y le promete la Tierra donde descansa ahora mismo de cara al futuro.

Jacob se despierta convencido de que ha hablado con el Señor y le erige una estela. Desde entonces, ese sitio queda santificado por la presencia divina y pasa a llamarse Betel: “¡Terrible es este lugar! Nada menos que la casa de Dios y la puerta del cielo”.

La escalera de Jacob, de W. Blake, h. 1800, British Museum, Londres (artsdot.com).

Jacob lucha con un ángel (Gén 32, 23-31).

De regreso a Palestina, durante la noche, un ángel “estuvo luchando con él hasta despuntar el alba”. Viendo el ser celeste que no lograba vencerlo, decidió golpearlo en el muslo.

Entonces Jacob le pide que lo bendiga, porque antes no lo soltará. Y el ángel no sólo le da su bendición, sino que le proporciona un nuevo nombre. Desde ahora se llamará Israel, que significa “el que se ha peleado con Dios y los hombres y los ha vencido”. Jacob llama a aquel lugar Penuel, diciendo: “He visto a Dios cara a cara y he quedado con vida”.

Jacob lucha con un ángel, de E. Delacroix, s. XIX, en la iglesia de S. Sulpicio de París (elviajero.elpais.com).

En el Pentateuco, el verdadero protagonista siempre es Yavé, aunque de cuando en cuando envía a sus ángeles en misiones concretas. Hemos descrito sus diversas actuaciones en el Génesis.

En el Éxodo apenas intervienen, porque el propio Yavé lleva directamente las riendas de la liberación de su pueblo, esclavo en Egipto durante cuatro siglos.

Incluso asume personalmente la dura tarea de meter en cintura al terco faraón, empeñado en mantener en pie la servidumbre de los hijos de Jacob: “Esa noche (la Pascua judía) pasaré yo por el territorio de Egipto y mataré a todos sus primogénitos, tanto de los hombres como de los animales” (Éx 12, 12).

La sangre en los dinteles de las casas judías servirá de señal. Al verla, el Señor pasará de largo. No habrá entre ellos plaga exterminadora ni llanto ni lamentos. Así sucede “y a medianoche el Señor mató a todos los primogénitos de Egipto” (Éx 12, 29).

Los ángeles recobran su protagonismo en la construcción del arca de la alianza, recubierta de oro puro por dentro y por fuera, al igual que el propiciatorio, ubicado encima del arca y en cuyos extremos se alzaban dos querubines, también de oro, uno a cada lado. Los querubines tenían sus alas extendidas hacia arriba y sus rostros enfrentados.

Aquí venía Yavé a encontrarse con Moisés: “Desde encima del propiciatorio, entre los dos querubines que están sobre el arca del testimonio, te comunicaré todo lo que te ordene respecto a los israelitas” (Éx 25, 22).  

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Sobre Eliseo Nuevo 29 artículos

Soy psicólogo y orientador, actualmente jubilado. He sido profesor y jefe del Departamento de Orientación en diversos institutos de la Comunidad de Madrid a lo largo de mi vida profesional. He impartido Psicología en segundo de Bachillerato, amén de mis años anteriores en la Enseñanza básica como profesor y orientador.

Igualmente, por mi profesión, he impartido frecuentes charlas sobre psicología y pedagogía: autoestima, inteligencia emocional, habilidades sociales, orientación académica y profesional, el mundo de los sueños, grafología...

He llevado a cabo una escuela de padres y madres durante muchos cursos. También he desarrollado diversas conferencias sobre temas parapsicológicos (extraterrestres, reencarnación…), sobre la cultura y la religión egipcia, etcétera. Asimismo, he intervenido en diversas mesas redondas sobre temas psicológicos, pedagógicos y parapsicológicos. Además, han aparecido varios artículos míos, de carácter educativo en revistas como "Escuela Española", “Cosmos”, etc.

Finalmente, tengo varias publicaciones, que podéis consultar en la sección de Mis obras


    Mis estudios
  • Licenciado en Filosofía y Letras, sección Psicología, por la Universidad Complutense de Madrid, y curso de especialidad en Psicología Pedagógica, en la escuela de psicología de dicha universidad.
  • Dos cursos de Filología Hispánica en la misma universidad
  • Actualmente, estudio Historia del Arte en la UNED.
  • Cursos de Grafología, Hipnosis, etc.
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