PADRES:
- Compartir ambos padres los problemas de los hijos, manteniendo pautas de conducta comunes en su proceso educativo. Averiguar sus verdaderos intereses, necesidades, motivaciones y aspiraciones.
- Siempre las mismas normas y las mismas actitudes ante las mismas conductas. Eliminar calificativos peyorativos: “Eres un incordión…”. Cumplir siempre las promesas y los castigos.
- Convertirse en auténticos modelos de equilibrio emocional y comportamiento para ellos; de lo contrario, difícilmente podremos exigirle responsabilidad, reflexión y serenidad en su modo de obrar. Para ello, aportémosles cariño y aceptación, autoconfianza y autoestima.
- Siempre que castiguemos a nuestros hijos, deben saber por qué y con qué fin, de modo que el castigo sea asumido como una falta de responsabilidad propia, y no como una venganza o una injusticia del adulto.
- Rehuyamos el modelo de padre autoritario y madre blanda. Tal modelo de conducta genera oposición y aboca a más de un adolescente a integrarse en bandas juveniles, que se oponen a todo, como reacción contra el abuso de autoridad de los padres.
- Enseñarles a regular su conducta y a corregir errores mediante autoinstrucciones verbales (pararse y reflexionar sobre lo que están diciendo o haciendo). Por ejemplo: “¿Cómo me estoy portando?… ¿Cómo tengo que portarme?… “Ya me encuentro tranquilo/a y atento-atenta”, “Estoy trabajando bien”.
- Fijémonos en las cosas buenas de los hijos, y no sólo en las malas. Es más útil que educar en la amenaza constante o en la agresividad. Valorémoslos en sus conductas positivas, pero hagámosles ver con diplomacia las negativas para que las corrijan.
- Tomemos como punto de partida las normas básicas: “Si haces esto, las consecuencias serán…” y valoremos su logros estimulándolos positivamente: “Puedes y debes conseguir … si te tomas en serio…”.
- Hablemos con los hijos de sus asuntos, y no sólo de los nuestros. Compartamos con ellos nuestro tiempo de ocio en la medida de lo posible, especialmente las vacaciones. Viajemos con ellos, juguemos con ellos, leamos con ellos. Comamos en horas comunes, estudiemos con ellos (al menos hasta ciertas edades), resolvamos sus dudas, valoremos sus logros, estimulemos su autoestima y su autonomía progresiva, su sentido de la responsabilidad y sus habilidades sociales.
- Para enseñar a obedecer, hay que seguir esta técnica: se mira al niño o al adolescente fijamente a los ojos, se le da la orden como un mandato, no como un consejo o un ruego, sin culparlo ni amenazarlo. Cuanto más tranquilos y firmes nos mostremos, mejor. Las órdenes dadas a gritos o con agresividad originan rechazo o violencia, y por tanto, no son efectivas.
- Cuando sea necesaria la disciplina, hay que saber mostrarse firmes y razonables, sin pasarnos ni quedarnos cortos. Castigar en exceso no suele modificar conductas, sino generar resentimiento. Castigar en un momento dado para retirar el castigo poco después, una vez pasado el enfado inicial, es tanto como transmitir mensajes de que las normas pueden quebrantarse cuando convenga. Hay que acostumbrarlos a respetar las normas familiares y escolares.
- Enseñar a los hijos a resolver por sí solos problemas de la vida diaria. Si los superprotegemos, los volvemos inútiles, inseguros, temerosos, sin capacidad de iniciativa, dependientes de los adultos, de modo que cualquier situación fuera de lo corriente los bloqueará por falta de recursos y experiencia para afrontarla.
- Hablarles en tono bajo y amistoso. Si les hablamos a voces, difícilmente nos escucharán ni nos responderán tranquilos; antes al contrario, nos contestarán a voces también, y el diálogo se tornará imposible.
- Debemos acostumbrarlos a reflexionar sobre su propia conducta, sobre las causas y consecuencias de la misma y sobre el modo de modificarla cuando sea preciso. Si nos limitamos a llamarles la atención por su mal comportamiento o a castigarlos sin mayores justificaciones, perderemos la oportunidad de educarlos en las consecuencias de sus actos y en el sentido de la responsabilidad.
- Cuando actúan contra las normas sociales y morales, hagamos prevalecer nuestra autoridad y nuestro criterio. No somos mejores padres por permitirlo todo, bajo disculpas de libertad y tolerancia. Educar en el “dejar hacer” es abandonar nuestras funciones paternas.
- Trabajar la autoestima, la autonomía, la autovaloración, la adquisición de hábitos básicos: orden y limpieza, disciplina, trabajo, sociabilidad, responsabilidad, puntualidad, relaciones sociales pacíficas, atención, observación y reflexión, razonamiento y memorización…
- Los hábitos que no se adquieren de pequeños, difícilmente arraigan de mayores. Es preciso que asuman responsabilidades propias de su edad, que sean conscientes de sus actos, que asuman sus errores y equivocaciones, que eviten riesgos peligrosos e innecesarios. Si los padres hacen las cosas por ellos, ¿cuándo maduran?
- Aprobemos lo que hacen bien y razonémosles la conducta equivocada para que la eviten, en vez de actuar agresivamente, porque obtendremos respuestas agresivas. Valoremos los progresos realizados, por pequeños que sean, así como el esfuerzo realizado para conseguirlos.
- Utilicemos con frecuencia el refuerzo positivo, y especialmente el reconocimiento por parte de toda la familia. Las correcciones que formulemos deberían tener como referente alguna tarea realizada correctamente.
- Las modificaciones de conducta y de actitudes negativas resultan más eficaces cuando se asocian al éxito en el aprendizaje y a la valoración del esfuerzo. Para motivarle hacia comportamientos correctos, debemos partir de sus intereses y de los objetivos trazados en su momento.
- Las llamadas de atención deben ser lo más suaves y personalizadas posible, además de precisas y limitadas, porque, formuladas de este modo, disminuyen las conductas incorrectas. Las broncas en público y en tono agresivo suelen incrementar las conductas inadecuadas, como mecanismo de reacción contra quien consideramos que ha herido nuestro orgullo.
- Los castigos resultan eficaces si son escasos. Si se utilizan con frecuencia, generan resentimiento e imagen negativa de sí mismo, que suele compensarse con el mantenimiento de las conductas inadecuadas. Cuando sancionemos, procuremos evitar reacciones agresivas.
- Las órdenes han de ser objetivas, concretas, firmes, directas, justas, necesarias. Si se transmiten de modo autoritario y desconsiderado, obtendrán el resultado opuesto al esperado. Debemos preconizar conductas correctas que puedan ser reforzadas positivamente, sin hacer alusión a pasadas conductas incorrectas.
- Rechacemos la conducta incorrecta, no a la persona que la ha llevado a cabo. No es lo mismo decir: “Eres un egocéntrico y un maleducado” que “Tu comportamiento ha sido egoísta y poco educado”.
- Creemos ambientes familiares armónicos y estimulantes, de aceptación y cariño entre padres e hijos y entre los hermanos. Para ello, evitemos discusiones y enfrentamientos innecesarios en el hogar, no los superprotejamos, démosles la posibilidad de hablar de sus intereses, problemas y estudios, escuchémoslos y dejémoslos opinar.
- Igualmente, debemos promover la confianza, la comunicación, la comprensión, el ejemplo, el sentido del humor, la desdramatización y el lado positivo de las cosas.
- En caso de fracaso escolar, no hemos de angustiarlos. Busquemos soluciones. En caso de crisis matrimonial, buscad más lo que os une que lo que os separa. Motivadlos con aquello que atraiga su interés. No permitáis que abusen de la televisión, del ordenador, de las videoconsolas. Controlad sus amistades.
- Evitemos pautas de conducta contradictorias entre los padres, discusiones y conflictos innecesarios, puesto que tales comportamientos los angustian y les hacen reaccionar de modo agresivo o llamando la atención (fracaso escolar, rebeldía, nerviosismo, rechazo de las normas adultas…). Hay conductas que evidencian conflictos familiares, personales o evolutivos, como morderse las uñas, trastornos alimentarios, chuparse el dedo…
- Aceptemos nuestras limitaciones y seamos consecuentes. No somos perfectos. También nosotros nos equivocamos. Teoría y práctica, palabreas y hechos deben caminar de la mano.
- Favorezcamos que practiquen algún deporte o actividad lúdica y educativa: natación, judo, kárate, tae-kwondo, gimnasia rítmica, ballet, yoga, teatro, dramatizaciones, expresión corporal, títeres, declamación, narración dramatizada, ejercicios de ritmo, respiración y correcta pronunciación, amén del fútbol u otros del mismo tipo…
- Para niños y adolescentes inquietos se recomiendan ejercicios tales como moverse lentamente alrededor de una mesa, estrujar pelotas blandas, empujar paredes, golpear cojines, hacer gestos que relajen el rostro (alegre, triste, serio, enfadado…), seguir rítmicamente una música suave y lenta, abrir o cerrar puertas y ventanas despacio.
- Debemos enseñarles a respirar correctamente. Los chicos hiperactivos suelen tener una respiración entrecortada y nerviosa. Además, es fundamental para ellos realizar ejercicios de relajación, respiración y ritmo para reducir la ansiedad y el nerviosismo. Hay que acostumbrarlos a hablar despacio, relajados, pensando previamente lo que van a decir, con frases cortas.
- Insistamos en que los adolescentes adopten posturas correctas cuando están trabajando o comiendo, porque las malas posturas generan tensión en el cuello, en la espalda y en el rostro.
- Favorezcamos una alimentación sana, rica en proteínas y vitaminas, rehuyendo bebidas espumosas y productos picantes, que alteran su sistema nervioso.
- Las conductas nerviosas responden a veces a personalidades infantiles y faltas de equilibro emocional, y se manifiestan a través de los llamados “malos hábitos”: tics, rascado continuo, chuparse el pulgar, morderse las uñas… Los trastornos psicomotrices se reeducan mediante el juego, los ejercicios de relajación, el psicodrama, las técnicas de grupo.
- Démosles responsabilidades en casa y en el centro educativo, hagámosles partícipes de las necesidades, intereses, valores y metas familiares, reforcemos sus éxitos y sus logros, disipemos sus miedos y temores, facilitémosles las relaciones sociales… Manejarse en situaciones y ambientes variados les proporcionará seguridad y les facilitará la adaptación a entornos cambiantes.
- Cuidar su tiempo de descanso. Si no descansan lo suficiente, no pueden trabajar en buenas condiciones.
- Evitar proyectar sobre ellos nuestros miedos y ansiedades, nuestros temores y preocupaciones, nuestro malhumor o nuestras malas rachas.
- Respecto al estudio, ayudarles a planificar dicho tiempo, al igual que el de ocio, e incluso colaborar con ellos, pero sin hacer su tarea. Es perjudicial establecer una vigilancia y un control férreos, porque provocarán más rechazo hacia las tareas escolares, resentimiento y oposición como mecanismo de autoafirmación.
- Al igual que los padres tienen su trabajo y sus funciones en el hogar, cada hijo debe responsabilizarse de sus obligaciones. Si su trabajo es estudiar, debemos exigirles que dediquen a ello el tiempo y el esfuerzo necesarios. Los padres deben motivarlos, estimularlos, ayudarlos, pero no pueden estudiar por ellos, y menos hacer sus deberes.
- Una forma de automotivación es preguntarse: ¿por qué estudio? ¿Para qué? ¿Utilizo el método adecuado? ¿Estoy convencido de la utilidad de estudiar? ¿Estoy dispuesto a asumir el esfuerzo necesario para alcanzar las metas propuestas?
- La curiosidad, el deseo de saber y de resolver problemas también motivan positivamente, además de potenciar la imaginación y la creatividad.
- Los padres deben crear actitudes positivas hacia el centro educativo y sus profesores, asistir a las escuelas que se crean para su formación y su orientación, valorar el estudio y la cultura; de lo contrario, se están potenciando actitudes de rechazo escolar.
- Tratar a cada hijo según sus necesidades, posibilidades y forma de ser, sin compararlos entre sí. Una forma de ayudarlos en sus necesidades y problemas, es fomentar el diálogo, pero sin forzar su intimidad.
- No exigirles éxitos que compensen nuestros fracasos o limitaciones. Éxitos y fracasos son consecuencia de las acciones de cada uno, y no del azar. No podemos desanimarnos al primer tropiezo. Hay que analizar las causas y poner los remedios oportunos.
- Proporcionarles situaciones en las que aprendan a tomar decisiones responsables.
- Acostumbrarles a ver el lado positivo de las cosas y los aspectos agradables de la vida, en vez de insistir en lo negativo y ver peligros por doquier.
- Frente al actual egocentrismo, habituarlos a compartir, a ver los problemas ajenos, a ayudar a los demás, a cooperar con el Tercer Mundo, a valorar lo que tienen.
- Mantener un contacto estrecho con sus profesores para dirigir correctamente su proceso educativo. Confiar en ellos, valorarlos como personas, valorar tanto su esfuerzo y sus progresos como sus resultados.
- Rehuir metas inalcanzables que los bloquean y los desaniman. Mejor acuerdos realistas, reforzados positivamente, que expectativas irreales. Tampoco deben obtener cuanto quieran a cambio de nada.
- Si es necesario recurrir al castigo, éste debe ser proporcionado a la acción realizada. Poner castigos exagerados que no van a cumplirse es absurdo y no modifica conductas, sino que refuerza las negativas.
- La satisfacción personal por el trabajo bien hecho motiva tanto como los resultados y más que los premios o castigos.
- Dado que la hiperactividad suele conllevar desórdenes evolutivos en psicomotricidad y lenguaje, conviene solicitar un electroencefalograma al médico especialista para descartar lesiones cerebrales.
- Su conducta agresiva suele responder a deseo de afirmación, compensación de frustraciones, complejos de inferioridad, falta de libertad y autonomía, conductas autoritarias por parte de los mayores…
- Con frecuencia son nerviosos e inestables porque sus progenitores también lo son, o a causa de posibles alergias u otros condicionamientos físicos o psíquicos…
- Finalmente, enseñarles a distinguir lo que es importante de lo que no lo es, reducir al mínimo los estímulos ambientales, realizar ejercicios de atención y concentración y pasar por alto las conductas no peligrosas y reforzar las correctas.
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