Al día siguiente, las televisiones de todo el mundo transmiten un nuevo mensaje: “Los seres extraterrestres que han aterrizado en suelo americano dicen venir en son de paz y su misión se halla relacionada con el fin de una era en nuestro planeta. No estamos solos en el universo. Nuestros ilustres visitantes hablan en nombre de una confederación de mundos, cuya evolución resultaría infinitamente superior a la nuestra. Mencionan un Consejo de Veinticuatro Ancianos, que rige la galaxia. Continuaremos informándoles a medida que vayamos conociendo nuevos detalles”.
Sofía hace las maletas para cubrir en directo un momento tan excepcional en la Historia humana. En breve pisará Nueva York.
La acompañan dos amigos: un científico y un historiador, que han sido contratados por una prestigiosa universidad americana. Se hallan ansiosos de formar parte de tan significativo momento, reviviendo en directo acontecimientos insólitos que quizá no vuelvan a repetirse en mucho tiempo.
Cuentan con un margen de dos semanas para incorporarse a sus respectivos puestos docentes. Ya en el avión, charlan animadamente.
-¿Has leído alguna vez el Apocalipsis? -pregunta Sofía a José Madariaga, especialista en Historia antigua.
-Por supuesto -contesta con aplomo.
-¿Quiénes crees que son los veinticuatro ancianos?
-Difícil pregunta me formulas. Veamos. Anciano significa experiencia y sabiduría. Posiblemente San Juan, o quien fuere el autor de tan extraña obra, habla en clave. Da a entender que esa alta jerarquía gobierna el universo; pero ¿qué universo?
-El mundo que conoció el vidente de Patmos no se parece ni siquiera al mundo de Galileo Galilei -tercia el científico Michel Pasteur, de origen francés, cuya madre es profesora de La Sorbona-. Aún creían que la Tierra se situaba en el centro del cosmos.
-Ptolomeo ni siquiera contaba con el rudimentario telescopio de Galileo ni había leído aún las tesis de Copérnico -interviene Sofía.
-Posiblemente tampoco había escuchado la anécdota de Josué, mano derecha de Moisés, ordenando al Sol que detuviese su marcha. Desconocemos si el astro rey lo obedeció o prosiguió su curso impertérrito -bromea Madariaga-. Por tanto, nuestra estrella giraba en torno a la Tierra, y no al revés, como se demostraría más tarde. ¡Qué mundo tan reducido!
-¿Os imagináis al extraño vidente concentrado en su solitario refugio de la isla de Patmos, asesorado por los científicos de Monte Palomar? -Pasteur sigue la broma-. Quizá hubiese opinado de modo distinto. Hubiese hablado de soles, galaxias, universos paralelos… y nos hubiese desvelado el misterio de los veinticuatro ancianos. Aunque a mí, como científico, todo esto me trae sin cuidado.
-Algunos atribuyen su famoso Apocalipsis al efecto alucinógeno de ciertas plantas que nuestro insigne vidente habría ingerido como parte de su dieta alimenticia -añade Madariaga.
-Se asigna a Einstein la siguiente reflexión estadística: “Al menos uno de cada cien mil mundos alberga vida”, lo cual significa que en nuestra galaxia, poblada por unos doscientos mil millones de estrellas, encontraríamos al menos dos millones de mundos habitados, una cifra nada despreciable -tercia Sofía.
-No somos, pues, el centro del universo, ni siquiera el único planeta colonizado, sino un mero apéndice de una de tantas nebulosas, quizá un planeta secundario -añade Madariaga.
-Tal vez la palabra infierno se refiera a eso: a un astro inferior, en los arrabales de la Vía Láctea, maltratado por animales unas veces racionales, otras irracionales, que purgan errores pasados. Nada que ver con nuestros aires de grandeza de reyes de la creación -complementa Sofía.
-De momento, no tenemos constancia de otros mundos habitados, si exceptuamos las películas de ciencia-ficción al respecto. Ni siquiera el programa SETI ha logrado captar señales evidentes de su presencia en el vasto océano cósmico -concluye Pasteur con profundo escepticismo.
Anunnaki creando-humanos.
-Tampoco yo he visto nunca un yeti, y sin embargo admito la posibilidad de su existencia, tomando como punto de partida documentos orientales e informaciones de exploradores serios, que afirman haberlos visto -rebate Sofía.
-En realidad, los extraterrestres pueden haber intervenido en nuestro planeta desde que el mundo es mundo -comenta Madariaga-. Resulta altamente probable que nuestra raza sea de origen extraterrestre. Científicos en la línea del británico Fred Hoyle defienden que algún cometa sembrador de vida pudo habernos aportado nuestra actual genética transportando esporas vitales de un sistema estelar a otro.
-Vayamos al Génesis: “Cuando los hombres comenzaron a multiplicarse sobre la Tierra y les nacieron hijas, los hijos de Dios (o de los dioses, en versión original) vieron que las hijas de los hombres eran hermosas y tomaron por esposas las que más les gustaron… Sus hijos fueron los gigantes o héroes de antaño”. Leo textualmente la Biblia -añade Sofía.
-¿La llevas siempre contigo en tus viajes? -inquiere Pasteur.
-Así es. Siempre me acompaña esta edición en miniatura, que me regaló un amigo bibliófilo. No tanto por devoción cuanto por formación e información. En realidad, la Biblia constituye un tesoro que debería conocer todo aquel que se precie de culto, sea cual fuere su credo, incluso los ateos.
-Y lo mismo podríamos decir de otros libros sagrados para sus respectivas culturas: el Corán, el Talmud, el Mahabharata, los Vedas, el Bardo Thödol, El libro egipcio de los muertos, el Tao-te-King o el Popol-Vuh, entre otros -añade Madariaga.
-¿Has leído alguno? -pregunta Sofía a Madariaga.
-Por supuesto. Casi todos, pero prosigue tu disertación, por favor -pide el historiador.
Pasteur permanece callado, pero atento.
-Enoch y Elías son arrebatados al cielo en carros de fuego (hoy naves espaciales); Ezequiel ve otro vehículo extraterreno mientras ora en el desierto y lo describe con gran precisión, según científicos de la NASA; en la Roma antigua aparecen en el cielo dos o tres soles a la vez …
Pintura de Filippo Lippi, s. XV, Italia.
-Literatura, pura literatura -interrumpe Pasteur-. ¿Quién puede probar tal cosa?
-Si no tuvieras un cerebro tan estrecho y tan cuadriculado, quizá lo vieras más claro, amigo científico -Sofía le da unos golpecitos cariñosos en la cabeza-. No lo digo con ánimo de ofenderte, pero la ciencia, a veces, es la última en enterarse de las cosas que ocurren a nuestro alrededor. Se muestra lenta de reflejos.
-No se puede dar crédito sin más a cualquier texto antiguo o moderno referido a supuestas visitas extraterrestres. Aún no he podido contemplar de cerca ningún alienígena, aunque no me disgustaría. Cuando tal suceda, quizá cambie de opinión -sentencia Pasteur.
-Y entonces querrás pesarlo, medirlo y contarlo, quizá someterlo a pruebas de laboratorio tan exhaustivas, que acabarás dudando si clasificarlo como galgo o como podenco -apuntilla Madariaga.
-Respetamos la ciencia y sus aportaciones. Respetamos el método científico, basado en la observación y la experimentación -comenta solemne Sofía-, pero la ciencia también se equivoca: “Ningún objeto más pesado que el aire puede volar”. ¿De verdad? Cálculos falsos llevan a conclusiones falsas. No obstante, no estoy en contra de su veredicto en temas de dudosa certeza.
-Incluso la teoría de la relatividad de Einstein, que parecía inmutable, se halla hoy en cuarentena -añade Madariaga.
-Nada es perdurable -filosofa Pasteur-, pero, gracias a la ciencia, se han descubierto grandes fraudes; de ahí que se considere autorizada para combatir el fanatismo, la superstición y la ignorancia, porque la verdad debe prevalecer sobre la mentira.
-Hay hechos y acontecimientos tan evidentes, que empeñarse en negarlos tan sólo porque no tienen cabida en nuestros limitados cerebros, resulta absurdo -continúa Sofía-. Un científico de mente estrecha es un pseudocientífico, porque la apertura mental y el ansia de investigar deben caminar de la mano.
Pasteur calla.
-Si nos movemos dentro de teorías y esquemas mentales inmutables, el conocimiento se ve desvirtuado en su raíz. Seguimos defendiendo tesis decimonónicas, cuando el verdadero papel de la ciencia consiste en abrir nuevos caminos, y no en encerrarse en su castillo de soberbia y autosuficiencia, alegando que todo lo sabe y todo lo controla -complementa Madariaga.
-Por supuesto que la ciencia ignora muchas cosas, pero actualmente aparece como la vía más segura para alcanzar la verdad. ¿Existen de momento otros caminos más fiables? -pregunta Pasteur.
-Quizá no. Pero sus limitaciones resultan evidentes. ¿Acaso ha previsto la terrible crisis económica que se nos ha venido encima? -contraataca Madariaga-. ¿Acaso ha descubierto la fórmula secreta para controlar las plagas bíblicas que se ciernen sobre nuestras cabezas? Parece que tampoco.
Mira de reojo a Sofía y prosigue:
-¿Acaso ha llevado a cabo intentos serios por acabar con el hambre, la miseria o el desempleo en el mundo? Cada día hay más paro, más explotación y más muertes por inanición, a pesar de los ultramodernos laboratorios de investigación en manos privadas. Claro, alegan otras prioridades más rentables -lamenta Madariaga.
-La ciencia sí posee la clave para acabar con esos males, pero tan sólo la avaricia y la rapiña de unos pocos, que nadan en la abundancia, ajenos a los sufrimientos de sus semejantes, impiden darles cumplida respuesta -responde inmutable Pasteur mirando al frente, con la mirada un tanto perdida.
-No te falta razón -sentencia Sofía.
-Permítenos, amigo Pasteur, finalizar nuestra sucinta exposición y luego proseguiremos con más calma nuestro interesante debate -pide más sereno Madariaga. Se ha dado cuenta de que se ha exaltado en exceso e innecesariamente.
-Tenéis mi permiso -contesta un tanto ceremonioso.
-Las pinturas de las cuevas de Tassili, en el Sáhara argelino, o el astronauta de Palenque, en México, los modernos avistamientos de Adamski, el supuesto ovni estrellado en Roswell, los numerosos casos recogidos en Intrusos o en Proyecto Libro Azul de las Fuerzas Aéreas americanas, ¿todo mentira? -pregunta Madariaga?
-En principio, no -concede Pasteur.
-Los documentos oficiales del gobierno español entregados al periodista y ufólogo J. J. Benítez, los relatos de experimentados pilotos, las declaraciones de los astronautas Cooper, Carpenter, Armstrong o Aldrin, silenciados durante años por la NASA, ¿todo mentira?
-Te voy a echar un capote -exclama divertida Sofía-. Yo también tengo información.
Busca rápidamente en su inseparable miniportátil una carpeta con documentación ovni y prosigue su intervención:
–Glenn Seaborg, Premio Nobel de Química en 1951 y presidente de la Comisión de Energía Atómica estadounidense, escribía en 1969: “Varias percepciones de los astronautas de los Apolo XI y XII indican que, en un tiempo no concreto, aterrizaron otros seres no terrestres en la Luna. Unas fotos, inéditas aún, tomadas por el Apolo XI, demuestran que en diversos lugares de nuestro satélite había huellas clarísimas. Posiblemente aterrizaron allí otras naves extraterrenas, que utilizaron la Luna como estación de enlace”.
No se frena:
-El científico Maurice Chatelain, responsable del equipo de comunicaciones del programa Apolo, declaró: “Todas las naves Apolo y Géminis fueron seguidas por vehículos espaciales que no pertenecen a este planeta. Cuando los astronautas informaron al centro de control, se les ordenó estricto silencio”. Y añadió: “Los astronautas del Apolo XI se encontraron con dos ovnis, que observaban el alunizaje”.
-¿De dónde podían proceder tales naves? -se pregunta reflexivo Madariaga.
-Chatelain piensa que hay extraterrestres en nuestro sistema solar, concretamente en Titán. Y yo creo que también en Ganímedes.
Sofía pide disculpas por volver a la carga.
-Consiénteme un nuevo apunte: Fred Bell, otro científico de la NASA, comentaba que los astronautas habían guardado sigilo sobre sus encuentros con ovnis, porque entendían que se trataba de una cuestión de seguridad nacional. Además, el doctor Bell afirmaba haber visto fotografías de ovnis tomadas por los viajeros espaciales americanos.
-Posiblemente tenía razón cuando aseveraba que el proyecto Apolo había sido interrumpido repentinamente porque se habían encontrado “demasiados secretos allá afuera”, que podían salir a la luz en cualquier momento y poner en riesgo todos sus top secrets -reflexiona interrogativo Madariaga.
-¿No os resulta sorprendente este supuesto diálogo entre Armstrong y la NASA, que habría sido captado por radioaficionados?: Armstrong comenta que están ahí, que son enormes. La NASA le pregunta qué sucede y él responde que se trata de naves alineadas al otro lado del cráter lunar Aristarco y que los están observando. Algún día sabremos la verdad -anhela Sofía.
-Lo dudo. No están por la labor -replica pesimista Madariaga.
-Tampoco debemos omitir los mitos antiguos sobre divinidades desplazándose en carros de fuego ni las leyendas mayas, aztecas e incas, que mencionan dioses venidos del cielo -prosigue Sofía.
-Ni podemos relegar al olvido al ser cuyo rostro se halla cubierto por una fina máscara de jade y oro, hallado bajo la pirámide de Palenque. Su sarcófago de piedra, cubierto con una losa adornada con altorrelieves, representa a un hombre sentado a los mandos de una nave espacial. Sus restos momificados corresponden a un individuo llamado Kukulkán por los mayas. Y aún más sorprendente: no pertenecía a su raza -complementa Madariaga.
-¡Ah, sí!, el famoso astronauta. En el relieve mencionado aparecen varios objetos curiosos: cápsula, casco y nave espacial expulsando gases o fuego por la parte posterior. Las pruebas del carbono 14 le atribuyen una antigüedad de diez mil años -añade Sofía, haciendo uso de Wikipedia.
-Un papiro egipcio de la época de Tutmosis III, faraón del siglo XV antes de Cristo, describe la visita de un ovni. Las mitologías de Oriente Próximo insisten en el mismo tema y el Mahabharata menciona las hazañas de “dioses que bajan de las estrellas en carros o naves de fuego, que transmiten sus conocimientos a los humanos y regresan al cielo entre grandes resplandores” -complementa Madariaga.
-Ni siquiera nos molestaremos en citar los miles y miles de casos comentados por supuestos contactados, puesto que quizá un noventa y nueve por ciento encuentren correctas explicaciones científicas. El sensacionalismo y el ansia de notoriedad son malos consejeros -apostilla Sofía.
-No niego la posibilidad de vida extraterrena, ni siquiera de civilizaciones externas, pero tampoco afirmo lo que no puedo demostrar fehacientemente. Si existen, que se manifiesten ya. Como el apóstol Tomás, si no lo veo, no lo creo -admite condescendiente Pasteur.
El viaje se hace largo. El cansancio va apoderándose de los hiperactivos cerebros de nuestros animados contertulios, que deciden tomarse un descanso y reposar plácidamente sus cabezas sobre los cómodos respaldos del avión, con el fin de adentrase durante un tiempo prudencial en el reino de Morfeo.
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